martes, 27 de abril de 2010

Yo tengo un sueño.

No es un sueño elevado. No es un sueño de altas exigencias morales para la humanidad, ni de quiméricas pretensiones científicas. No es un sueño de justicia, de libertad o que demande algún tipo de verdad. No es un sueño que rescate en su esencia onírica a los oprimidos, los vejados de su identidad, a los abandonados, a los prisioneros del anonimato o a los echados a la indiferencia.
El mío es un sueño ordinario, limitado, berreta. El sueño que nos hace picar los ojos. No nos levanta en armas, ni nos moviliza el alma, nos desploma en el primer sillón. Tengo el sueño estándar, del que no tiene tiempo para los otros sueños. La versión más mundana y obrera. Ese sueño inofensivo que no cambia nada, hueco, desteñido, exhausto de ideas, desganado, agotado de entusiasmo. Tengo un sueño tan feroz que no podría asegurar que no esté dormida.
Buenas noches sociedad, que duerman en paz los ignorantes, los inconcientes y los que están realmente cansados, y que los sueños de todos los demás mantengan a la humanidad despierta.

jueves, 8 de abril de 2010

Callejeros

Un perro de la calle me empezó a seguir. Si yo paraba, él paraba. Cuando yo seguía, me miraba y luego se ponía en marcha, como si hubiera recibido una orden mía que lo arengara a continuar. Durante 4 cuadras ese perro miró a los transeúntes orgulloso de tener dueño, de ser importante para alguien. Con un paso vanidoso ignoraba a otros caminantes haciéndoles saber que él tenía alguien que lo cuidaba, que estaba pendiente de que la manta de su cucha estuviera estirada y de que en su plato de plástico no faltara comida. Durante 4 cuadras presumió ser amado.
Yo le guiñé el ojo y fui cómplice de su farsa. También miré a los peatones satisfecha de ese fiel can que me seguía. Traté de levantar envidia por parte de aquellos que valoran las buenas compañías y exageré nuestra relación ideal.
Durante 4 cuadras jugamos a necesitarnos.
Después yo frené de golpe y entré a casa. Me asomé y acercó. Los dos entendimos que habíamos sido descubiertos por la realidad. Le toqué la cabeza y nos alejamos, como si la humanidad y los cánidos hubiesen sellado un pacto de respeto, un contrato de lealtad y un incondicional acuerdo de amor.