domingo, 9 de octubre de 2011

Los viajes de George

Georges Bekerly nació en la Inglaterra de 1794. Una época donde los exploradores desafiaban insolentemente los límites y se lanzaban a atravesar mares o surcar ignotas tierras en los rincones más remotos del planeta. Eran los tiempos de las almas inquietas, los curiosos voraces y los valientes con tierra en los zapatos. En esas fechas agitadas, nació Bekerly que desde pequeño alimentó el deseo de recorrer el mundo. Durante innumerables tardes abandonó su mirada sobre el mar mientras soñaba con grandes travesías. En su juventud alcanzó la popularidad dentro de su nación por planificar las excursiones más atrevidas. Bekerly proyectaba los viajes más audaces desafiando todas las fronteras conocidas. Profundamente obsesivo, diseñaba cada legua. Corregía y cambiaba rumbos según noticias de viajeros, intuiciones espontáneas, deliberados razonamientos, nuevos intereses y a veces hacía caso a alguna que otra tía que de metida le sugería una ocurrencia que le hacía modificar alguna traza. Así borró, enmendó, cambió, ratificó y volvió a cambiar los destinos de su travesía tantas veces que los rumores de su increíble viaje traspasaron los límites de la vieja Bretaña y empezaron a extenderse por otros continentes. Georges Bekerly iba a ser un viajero temerario, aquel que se llenaría los ojos con paisajes nunca vistos, que probaría frutos deliciosos de árboles exóticos, que enfrentaría bestias indescriptibles o llegaría a tierras de mujeres increíblemente hermosas. Cada nueva modificación de su itinerario multiplicaba los comentarios y conmovía más intensamente a sus contemporáneos.
Georges Bekerly perturbado y encaprichado con diseñar la travesía perfecta, pasó su juventud encerrado en su habitación.
Con los años empezó a corregir su viaje según las limitaciones que le iba imponiendo la edad. De todas maneras, Georges nunca perdió su entusiasmo y tampoco su elocuencia ya que todas las tardes era acosado por niños que le pedían que les hable de su viaje. El disfrutaba enormemente relatándoles cada particularidad de la aventura.
Durante sus últimos años, apurado por la vejez, decidió de una vez por todas definir su itinerario, lo que hizo que casi no saliera, ni siquiera para contar sus futuras hazañas. Ya no hablaba con nadie y algunos dicen que hasta había perdido las ganas de zarpar. Los niños lo alentaban, las viejas del barrio se reían y muchos simplemente lo olvidaron. Georges no se rindió, o tal vez sí, pero a nadie le importó.