miércoles, 1 de septiembre de 2010

Una cachetada a tiempo. Entrevista con Jorge Amado Varela.

Me encuentro con Jorge en un café de Palermo. Llego 15 minutos antes para asegurarme la posibilidad de verlo entrar y recibirlo. Como periodista entiendo que el entrevistado debe sentirse siempre esperado y bienvenido. Un café en la mesa ayuda a dar a entender que llegué con el tiempo suficiente para pedirlo y que sea servido. Empujé la puerta y mi mirada fue directo a una mesa para dos cerca de la ventana. Allí estaba Jorge que, después del contacto visual, mira su reloj y suspira con hastío.
Comprendo que el tiempo apremia y después de una breve presentación comienzo a preguntar.
Jorge es Psicólogo, especialista en Disciplina y presentó libros como “Desde arrodillarse en maíz hasta la picana en los colegios”, “Métodos de penitencia con y sin dolor en infantes”, “Del capricho al orden militarizado de la criatura”, “El control a través de la perturbación psicológica del púber”, “La edad del pavo, recetas para hornear a un adolescente y comerlo en el día Acción de Gracias” y su última obra: “La cachetada a tiempo”.
P: Jorge, ¿“La cachetada a tiempo”, se supone que es preventiva, a diferencia de la cachetada correctiva o punitiva?
J: Precede al acto incorrecto y lo desmotiva automáticamente.
P: Entonces, aquí la pregunta crucial es ¿cuándo es oportuno aplicarla?, ya que la falta de un hecho desatinado en la línea de tiempo, desconcierta.
J: La cachetada a tiempo es fresca, espontánea, inesperada. Por supuesto, es imposible predecir con exactitud una futura equivocación, pero existe un 100% de probabilidades de que el humano en estado de libertad mental cometa un error, siendo conciente del mismo. Hoy la ciencia ha probado que los sentimientos y las emociones interfieren en la simpleza de las buenas costumbres y terminan torciendo caminos, por eso, una cachetada limpia y seca en cualquier momento funciona como alerta.
P: No termino de entender el mecanismo…
J: El humano asocia inmediatamente la sensación de displacer con el concepto de castigo. Este dolor físico se internaliza en su subconsciente y cuando está a punto de hacer algo que se salga de la norma, su propio sistema nervioso reacciona y le recuerda el dolor. Es como un puesto de vigilancia en la misma subjetividad del impertinente.
P: ¿No es un poco invasivo? Digo...es como un dispositivo psicológico que manipula las decisiones…
J: Usted se siente invadido porque piensa que la conciencia y sus actos le pertenecen, pero como parte de la maquinaria social, usted y todas las consecuencias de sus acciones le conciernen a sus compatriotas.
P: Me hace sentir un tanto expuesto.
J: ¿Acaso tiene algo que ocultar?
P: No para ocultar, pero parte de mi identidad está en mi intimidad en las cosas que decido no compartir.
J: La intimidad es un invento posmoderno, un rincón mental donde la gente guarda la escoria que no es digna de mostrar a los vecinos. Es como barrer la mugre y ponerla debajo de la alfombra. Si usted no está orgulloso de sus actos, desde el primero al último, los esconde como una rata en el agujero de la intimidad.
P: Volviendo a la cachetada…cómo puede impactar en los niños?
J: En los niños impacta mejor porque no tienen tan desarrollados los pómulos y la onda que genera el golpe recorre más fluidamente los cachetes y penetra mejor en el cerebro.
P: Me refería a si puede traumarlos…
J: Claro que sí. Desde los 5 a los 7 los niños absorben como esponjas y es el momento donde hay que poner límites y encauzar esas mentecillas ávidas de descubrir al mundo. Hace poco hicimos un taller de dibujo hiperrealista con chicos de 5 que condenaba cualquier espontaneidad creativa y funcionó muy bien.
P: ¿No piensa que la creatividad es una condición inherente al humano?
J: La fantasía de ser distinto, de sobresalir, lo único que nos causa es dolor y frustración. Cuanto más rápido nos adaptemos a la idea de que la vida es una cadena de acontecimientos mediocres que se repiten tanto en unos como en otros, y que absolutamente nada nos hace especiales frente a los demás, más rápido vamos a conformarnos con lo que nos toca y podremos llevar una existencia respetable, acotada, sin sobresaltos y satisfecha de nuestros modestos logros. Esa es la verdadera felicidad. Si implantamos en los niños ideales o fantasías inalcanzables, lo único que provocamos es una juventud inquieta que se droga, pinta las paredes con aerosol y patea los cestos de basura. No creo que sea el futuro que usted quiere para sus hijos.
P: Muchas gracias Jorge.
Varela se levanta, me mira fijamente a los ojos, me aprieta la mano, y desaparece detrás de la puerta.
Recién ahora se acerca el mozo, como si le hubiera dado miedo interrumpir antes. Pido un café y pienso que la felicidad es para los egoístas y los ignorantes.