sábado, 30 de enero de 2010

Sobre los porteros y el Tarot.

Hace unos días le comenté a un amigo: “El portero del edificio me tiró las cartas”. “Por qué hizo eso el muy desgraciado?” Preguntó con la indignación de quien creyó que el encargado había echado a la basura mi cuenta del gas y el resumen del banco. “No”, me apresuré a corregir, “me leyó las cartas!” –ahora de saboteador, pasaba a indiscreto- hasta que finalmente dije: “las cartas del Tarot!”. La cara de asombro no se le borró con la aclaración, pero sin dar más detalles, seguí con mi relato. Puso tres líneas de cartas sobre la mesa y si bien no sé interpretar la simbología del Tarot, en todas las figuras que salieron había espadas, corazones clavados, cuchillos, hachas, motosierras y, para coronar, al final de todo “la muerte”. No hacía falta tener ningún tipo de sensibilidad paranormal como para ver que el futuro inmediato no me deparaba grandes maravillas. Pepe, nuestro portero tarotista, no sabía por dónde empezar a darme malas noticias hasta que se puso a hablar de proyectos que no se concretan, planes que se cortan, caminos truncados y, paradójicamente, puertas que se cierran. De más está decir, un panorama bastante poco alentador.
Primero sucumbí en la depresión y dirigí al cielo un muy enojado y lastimoso “Por qué?”. Yo no lo había provocado, pero el destino inexorable me corría con cuchillos y floretes. Por qué tanta saña? Por qué tanto objeto punzante en mi porvenir?
Después comenzaron las sospechas. Yo no estaba muy concentrada, y además tenía los brazos cruzados. Estos pormenores seguramente habían hecho que Pepe sufra interferencias y que la lectura de mi suerte se haya visto adulterada. De todas maneras, a quién se le ocurre que un mazo de cartulinas con figuritas me pueden hablar de lo que va a pasar. No sería de una persona en sus cabales hacer caso del significado que alguien le dio arbitrariamente a unos retazos de papel impresos y plastificados. No señor, calumnias! Me rebelo abiertamente contra todo tipo de artilugio mágico que pretenda entreabrir las cortinas del presente para espiar el futuro. Insto a que todas las víctimas de malos augurios nos unamos en una sola voz para negarlos y crear con el deseo otro futuro. Y si en realidad los designios divinos nos han trazado un sendero maltrecho, no le demos el gusto de recorrerlo con mala cara.
Que nunca te falte un vino, un amigo y el desinterés por lo que está por venir.

miércoles, 13 de enero de 2010

Houston, we have a problem.

En algún momento de nuestra socialización alguien nos mete la extravagante idea de que en la vida tenemos que ser “alguien”, como si no bastara con esta presencia concreta de aspecto humanoide o que “tenemos que llegar lejos” descuidando la realidad de que todos vamos a llegar en algún minuto final, exactamente al mismo lugar. Estos imperativos son tan fuertes y poderosos como difusos ya que “ser alguien” o “llegar lejos” puede significar tanto juntar mucho dinero, lograr un puesto de poder, salvar vidas en una tragedia natural o poder elegir como destino de vacaciones el lugar más recóndito.
Para sumarnos responsabilidades, además, cada uno se carga con el objetivo de “descubrir su misión en la vida”. Menudo problema. Entonces afinamos los oídos y tratamos de escuchar qué es lo que nos dice nuestra voz interior al respecto, deseamos alguna mínima directiva, una pista, un guiño que nos señale alguna dirección, una ruta que nos lleve hacia eso para lo que estamos inexorablemente predestinados. Entonces, no dejan de surgir los inconvenientes porque tenemos que ser “alguien” sin saber qué significa eso, tenemos que “llegar lejos” sin saber para dónde empezar a correr y ahora también tenemos que escuchar una voz que una persona, en su sano juicio, generalmente no escucha. Y bien que me asustaría si finalmente esa voz decide resonar en mi interior y verbaliza en un español alto y claro una sólida orden.
Doy por seguro que mientras no nos deshagamos de esos mandatos fantasmas, sólo vamos a encontrar frustración e insatisfacción.
No quiero ser nadie, no quiero llegar a ningún lado y nadie me ha asignado realmente ninguna misión. Soy lo que soy, me gusta dónde estoy y no trabajo para ningún desconocido interior.

miércoles, 6 de enero de 2010

Reyes otra vez.

Hace un año comencé este blog, una noche de Reyes. El relato narra cómo mis tres deseos demandados en esa ocasión fueron desestimados con alevosía por parte de la mágica nobleza encargada de materializarlos. No quiero con esta mención alegar que aún me hiere la ofensa de dicha desidia, pero este año el pastito…se los debo.
De todas maneras, ayer no podía decidir cuáles iban a ser los deseos que encabecen la lista de este año, y como para estar segura de no olvidarme nada importante, consulté a un amigo sobre su propio encargo para los reyes y le aclaré que estaba un poco indecisa con respecto a mi solicitud. Mi amigo respondió: “dejá que te sorprendan”. Esta respuesta, así tan simple como suena, más allá de ser una contestación como de quien sigue el diálogo mientras hace una repisa con vasitos de yogur, es una réplica de una sabiduría pasmosa. Cuando la verdad es tan simple y tan evidente, no puede ser menos que sabia. Uno puede trazar todos los caminos que quiera, puede proyectarse, puede apuntar la cabeza del caballo en una dirección y dar la patadita correspondiente para que nuestra existencia se eche a andar en una dirección, pero jamás podremos saber si ese fue el puntapié que nos llevará al destino que imaginamos. ¿Y para qué saberlo? ¿Qué gracia tendría la vida si fuese tan predecible como las estaciones del subte? ¿Qué gallardía tendría jugarse el alma en una ronda de amoríos si supiéramos que la felicidad está siempre atrás de cada elección? ¿Cuánto dura la felicidad si es eterna? ¿Qué valor tendrían los deseos si siempre se cumplen?
Este 6 de enero me siento en la mejor mesa cósmica, sin saber aún si puedo pagar la cuenta, pero le pido a esos mozos reyes del universo que me sirvan lo que quieran, el plato que el chef divino tenga preparado para mí. Llenen mi espíritu con las delicias del asombro. Sorpréndanme. Pero no se olviden del postre, por favor.