sábado, 24 de julio de 2021

Jorge Montero, el cartero que salió a buscarse a sí mismo y se perdió.

 

Le gustaba decir que era cartero, aunque había derivado en repartidor de Amazon, pero lo percibía como una degradación del oficio. Antes llenaba su bolso de pasiones humanas, cartas manuscritas de amores urgidos, amistades desencontradas, postales lejanas de travesías exóticas, de esos viajes que trascendían sin el registro diario y sin el testimonio continuo de la imagen, excusa perfecta para maravillosas y arriesgadas anécdotas fingidas. 

El cartero, como ese transgresor de las fronteras, como el irreverente que se burla de la distancia y regala a quien la espera con desasosiego la voz de otro que está lejos, había muerto. Ahora llevaba cajas con objetos sin sentido, caprichos del aburrimiento o de la soledad. Cosas que la gente se mandaba a sí misma y recibía con sorpresa. 

Un día su trabajo perdió razón de ser. No fue de un día para el otro, pero un 5 de septiembre renunció y no buscó otro trabajo, se quiso buscar a sí mismo. La familia de Jorge decía apoyarlo aunque no sabía cómo. Le sugirieron que empiece a practicar yoga o que se haga reiki. El empezó por yoga, después hizo reiki, terapias con cuencos tibetanos, visitó a un chamán en Perú, tomó Ayahuasca en México, se rapó el pelo, se hizo vegano, feminista, ecologista, cambió de género tres veces y se casó con un Mariachi.

Su familia lo perdió de vista durante dos años hasta que un día lo encontraron desnudo, tapado con una frazada en la puerta de un Supermercado en La Paternal. 

Jorge, sos vos? - preguntó su mujer.

El la miró con los ojos vacíos y luego la reconoció.

No sé si sigo siendo yo - dijo Jorge con un hilo de voz.

Ella se sentó a su lado y apoyó su cabeza en la frazada mugrienta.

Pasaron dos años, yo tampoco soy la que era. ¿Y? ¿Te encontraste?

Jorge se encogió de hombros y ella revoleó los ojos.

Te tendría que haber preguntado a vos. Vos eras la que sabía dónde estaba todo en casa. La tijera, la cinta scotch, el alicate...no se te pasaba nada. Te tendría que haber preguntado dónde encontrarme. ¿Qué hubieras dicho?

Ella lo abrazó, aunque se apartó rápido por el olor a perro mojado.

En el silencio. Todo estamos ahí donde no se escucha otra cosa.

Mierda. ¿De dónde sacaste tanta sabiduría?

La casa estuvo muy callada desde que te fuiste.