jueves, 25 de marzo de 2010

Merengada, Opera y Vocación

Herberto es orientador vocacional. Se esmera en pronunciar la “h” de su nombre, pero por sobre todas las cosas se esfuerza por encontrar la actividad ideal para cada persona. Para esto utiliza un criterio muy particular: la percepción del tiempo.
Herberto ayuda a cada uno de los que acuden a consultarlo con un interrogatorio que indaga qué tipo de experiencias temporales son las que disfruta el inquieto interesado. Entonces comienza a relacionar modos de vivir el tiempo con actividades. De esta manera hace notar que el Paleontólogo cuenta de a millones de años, el oficinista tiene ciclos de 8 horas, el agricultor de 6 meses, el colectivero de hora y media, el panadero amanece de noche, el médico de urgencias y el publicista corren en contra de cada segundo, los científicos pueden mirar eternamente sus microscopios y el que trabaja en tecnología habita continuamente en el futuro.
La vida es un período de tiempo que no pasa igual para todos y las profesiones u oficios marcan un ritmo que nos predisponen con diferentes actitudes hacia la realidad, dice Herberto mientras revuelve los pelos blancos de la nuca de su gato.
Lo único que tenemos, agrega, es este tiempo que nos ha sido dado. Nadie sabe cuánto es, pero todos deberían saber como utilizarlo, cómo amasarlo día a día para crear nuestra existencia, para marcar nuestro propio compás en este paso por la Tierra.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Lo imposible

Una vez, en mayo, en Francia, los muros gritaron: “Seamos realistas, pidamos lo imposible” y esta consigna se transformó en el leitmotiv que encendió miles de almas apasionadas en busca de un cambio en el mundo, en busca de la propia libertad. Una parte de la sociedad fue sacudida por este lema, se sublevó, se movilizó, sacó su corazón insurrecto a la calle y exigió un sueño. Otra parte pensó que era una pelotudez, obra de hippies y malvivientes.
De cualquier forma, es innegable el poder inspirador del enunciado. Aunque, en pos de un valor poético, peca por su exagerado romanticismo y esta condición se vuelve en contra de su verdadero significado. La belleza de su música nos impide tomarlo en serio.
Pero, ¿qué separa a lo imposible de lo posible? No hay respuesta más concreta, real y tangible para esto: el tiempo.
En los últimos días escuché a las personas con las profesiones más disparatadas, los logros más increíbles y los proyectos más inalcanzables, decirme: “bajá a la realidad”. Cuando lo imposible se volvió cotidiano, la gente deja de verlo como un sueño cumplido. Lo imposible puede ser fruto de un trabajo de hormiga o de una decisión espontánea. Así como el domingo Max dijo: “Hace tanto tiempo que quiero tirarme en paracaídas, que no puedo creer que hoy me levanté, me subí al auto, me anoté en una lista y me tiré”.
En este humilde post pido a los escépticos que hagan una lista de la cantidad de cosas que les resultaban imposibles y luego fueron alcanzadas. Alicia, la del país de las maravillas, pensaba en 6 cosas imposibles antes de desayunar, es un excelente ejercicio creativo, pero algo desmotivante. Yo propongo pensar en una cosa que resultaba imposible y luego no lo fue. Seguramente antes de andar en bicicleta te parecía una misión impracticable montarte y mantener el equilibrio, pero lo lograste, o aprender a manejar, a escribir, a hacerte una trenza…¿cuántas cosas te parecían increíblemente lejanas?
“Seamos realistas, pidamos lo imposible” no es más que una condición natural del ser humano y hasta que no la tome con la seriedad y la sensatez que merece, no va a poder ser conciente y disfrutar de la magia de su propia vida.

jueves, 11 de marzo de 2010

Marcela

Marcela Barreiro nació con la extraña capacidad de presenciar milagros, no todo tipo de milagros, sino solamente aquellos de bajo costo de producción.
Descubrió su don un sábado a la mañana cuando preparaba su desayuno y el pan que súbitamente se eyectó de la tostadora presentaba el rostro de una virgen formado por una variación en la escala de la quemadura de las migas. A partir de esta revelación, Marcela se dedicó a descubrir las manifestaciones sobrehumanas que se ocultan caprichosamente en manchas de humedad, dibujos aparentemente azarosos pincelados por una pérdida de aceite en el auto, grafías sospechosas en las vetas de una puerta de madera, figuras codificadas en las manchas de un gato callejero y hasta profundizó su indagación abocándose a la lectura de mensajes encriptados en los chistes del Bazooka. En cada caso halló una prueba concreta de una expresión divina.
Esta asombrosa habilidad de Marcela llegó a oídos del Papa, a quien se le erizaron los santísimos vellos de los brazos, y en nombre del poder que le confieren los venerabilísimos principios de las virtudes suprarterrenales, dijo: “mátenla”.
Los verdugos sospecharon que la condena derivaba, ni más ni menos, de la vulgaridad de los acontecimientos, ya que resultaba hasta algo insolente que el asomo de las entidades celestiales al mundo se dieran en formas tan groseras y trilladas. Tal vez la Iglesia no podía tolerar que la inmaculada imagen de la santa trinidad aparezca trazada en la aureola de aceite que deja un pan con manteca sopado en el café.
Marcela fue colgada en una plaza. Antes la azotaron, le quemaron las manos y le pegaron un chicle en el pelo.
El pueblo estaba furioso. Al otro día, todas las paredes de la ciudad mostraban el mismo graffiti: “Es imposible ocultarlo: los milagros suceden para todos”.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Gracias, pero no quiero saberlo

Una prueba de que no todos somos seres sociables que gustamos disfrutar de la compañía ajena es la incomodidad que me producen los ascensores montados por desconocidos. Al parecer, la ecuación social dicta que cuanto más pequeño es el espacio, mayor es la necesidad de interacción. Así, compartir un viaje de unos escasos pisos puede transformarse en la oportunidad ideal para poner en marcha mecanismos físicos donde mis neuronas procesarán laboriosamente datos infinitamente superfluos, futiles y olvidables.
Entiendo que no todas las conversaciones deben ser trascendentes y que el ser humano puede regocijarse en la plática vana, delirante y desprovista de objetivos, pero tampoco soy partidaria de promover esta modalidad en cada encuentro espontáneo con un extraño. No es antipatía, no es soberbia, no es hostilidad, es sólo el ejercicio de mi derecho a no saber lo que no me interesa saber.