jueves, 2 de junio de 2022

La revolución de los tristes.

El célebre filósofo Byung-Chul Han postula que la nueva fórmula de dominación es ¨sé feliz¨. Lo expresa de esta manera: ¨El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente¨.


Este texto cayó en manos de Ceferino Carlos Reyes. Desde Surcorea hasta Berazategui la misiva de Chul Han surcó el planeta para atravesar el corazón de Ceferino, que como una auténtica epifanía, encontró en su dolor existencial el antídoto para esta sociedad individualista. 

Ceferino es un caso extraño porque desde muy pequeño, cuando ni siquiera se han acumulado experiencias para añorar, él ya imaginaba otros tiempos mejores. Se sospecha que nació melancólico. No confundamos, no tuvo una mala infancia, sólo que siempre jugaba en su mente con la posibilidad de que todo podía ser mejor. Sus padres, sus maestros, sus compañeros y hasta el portero de la escuela  lo instaban a que sonriera más y él respondía con una mueca ridícula que incomodaba hasta las piedras. En su adolescencia hacía grandes esfuerzos para encajar en fiestas o bailes hasta que decidió no violentarse más y dejó de asistir. No se sabe si fue una decisión o simplemente una postura defensiva, disfrazada de autorespeto, una vez que directamente, dejaron de invitarlo. 

Con el tiempo Ceferino logró imitar la levedad de ciertos estados de ánimo. Logró fingir sorpresa ante anécdotas de sus amigos, curiosidad por sus hazañas y hasta llevaba una libreta de los temas que ellos les compartían para volver a preguntar a cada uno por su evolución demostrando interés y empatía. 

Fuera de estas artimañas para integrarse socialmente en sus círculos íntimos, Ceferino sentía una profunda libertad en pasear su cara de traste por el barrio. 

Como quien se tropieza con una revelación, un día se topó con Chul Han, no físicamente, sino que sus ideas hicieron colisión en cada una de sus células. Ceferino no era muy letrado, no tenía constancia para leer textos largos, por eso, la cultura del meme le venía como anillo al dedo y le bastaron leer algunas frases del surcoreano, otras atribuidas a Einstein y algunas que Luis Miguel nunca dijo y sentó los postulados teóricos para su Revolución Triste. 

¨La tristeza es el orgullo de los sensibles, un privilegio del ser humano, un rasgo de agudeza mental, de conexión y de conciencia¨. Empezó su manifiesto. Luego, de un plumazo desbanca a Marx y así sin ahondar mucho, sugiere que la lucha de clases está caduca y que la nueva lucha es ¨contra uno mismo¨. ¨Hemos internalizado el conflicto hasta los confines de nuestras entrañas¨, dijo en una entrevista para la Revista ¨Para ti¨. Esa lucha íntima es la que hoy nos domina y la mayor opresión es asumir que el campo de batalla es nuestro cuerpo y el enemigo, nuestra propia psique. Cualquier intento de trasladar este conflicto desde el ámbito doméstico hacia la denuncia pública es condenado. Toda manifestación social de malestar es enviada a las granjas de rehabilitación mental de la filosofía positiva o a los reformatorios ideológicos de la fe o la esperanza, que son lo mismo. No se engañen, no hay esperanza, todos vamos a morir y cuanto antes lo aceptemos, antes comenzará nuestra vida. 

Ceferino tiene que aclarar en cada oportunidad que la tristeza no es una obligación tampoco, sino un derecho, una posibilidad. Actualmente se desestima al dolor como alternativa y se les pone nombres clínicos que sólo aumentan su extrañeza y su categoría de ¨desviación¨. 

Para mostrar la naturaleza de la angustia, la pena o el desconsuelo, Reyes convocó a una marcha de desgraciados para que circulen con pancartas desalentadoras. Así, en la plaza San Martín de Berazategui se reunieron 56 personas con carteles que rezaban consignas como: ¨No hagamos le guerra. Mejor no hagamos nada¨ o ¨Seamos realistas, pidamos lo imposible. Total¨. Durante un buen rato se pasearon desganados, espantando palomas a patadas hasta que sus ojos empezaron a encontrarse y la complicidad les arrancó una sonrisa. Espontáneamente todos se reconocieron en su patetismo y estalló una carcajada masiva. Se retorcían, se tiraban al suelo, jadeaban, lloraban, no pudieron contener la risa que terminó contagiando a los policías y a las vecinas chusmas que ya se habían agrupado a su alrededor. 

Se disiparon lentamente entre carcajadas y sollozos con la frustración de haber sido nuevamente capturados por el sistema.