martes, 28 de diciembre de 2010

El Evangelio según Ruviolix

Estaba Jesús de Nazaret a orillas de un río hablando con sus discípulos cuando un Escriba se le acercó y sin saludos ni preludios sociales le preguntó: “Maestro, ¿cómo va a ser el fin de los días?” Por aquella época era usual que entre pescadores y vecinos charlaran cotidianamente de pormenores apocalípticos, así como del origen de los tiempos, ángeles, señales divinas o muchas veces repetían o intercambiaban parábolas mientras echaban las redes o barrían la vereda. Hoy se ha perdido esa sana costumbre y resultaría casi de mal gusto interrumpir una conversación para indagar abruptamente sobre el fin del mundo, pero más allá de tomarlo como una falta de cortesía, Jesús de Nazaret, devolviendo la misma naturalidad, se dirigió al Escriba y comenzó a darle detalles del caso.
“En verdad os digo que en esos días las columnas del cielo temblarán, el que esté en el río, volverá a la tierra, el que está en la tierra, subirá a las montañas, el que esté en la montaña….”
“Sí, me imagino”, dijo el Escriba un tanto ansioso, “¿Va a haber o no Juicio Final?”
Jesús retomó: “Surgirán falsos Cristos y os dirán que sí, otros dirán que no, otros dirán que no saben o no contestan y otros no dirán nada, pero yo os digo: tenéd cuidado…” El Escriba empezaba a impacientarse. Ya le habían comentado que el hijo de Dios era un tanto retorcido para la oratoria y siempre se las rebuscaba para no contestar ni chicha ni limonada o te escupía una metáfora enredada y te la dejaba picando. Nadie le iba a andar pidiendo explicaciones al Mesías y era de muy mal cristiano andar exigiendo que repita las cosas o que sea más claro. Pero el Escriba no andaba con prejuicios y lo apuró: “Jesús, vamos al grano”
Jesús: Si tuvieras la fe del tamaño de un grano de mostaza, entenderías.
Escriba: No pesco una.
Jesús: Yo puedo hacerte pescador de hombres, sígueme.
Escriba: ¿Dónde querés que vaya?
Jesús: Ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Escriba: Jesús, pará un poco que me voy.
Jesús: Levántate y anda.
El Escriba no podía disimular su consternación, aunque los apóstoles de atrás le hacían señas, subían y bajaban sus manos con las palmas abiertas hacia abajo sugiriendo: “bajá un cambio”. El Escriba no podía tolerar la arrogancia con la que hablaba Jesús, cada vez que abría la boca, parecía que se abrían comillas en el aire y era incapaz de decir una frase al azar, de equivocarse o de admitir un error. Cada vez que hablaba buscaba con el rabillo del ojo si alguien estaba tomando nota y entonces no hablaba, dictaba. Jamás lo ibas a escuchar diciendo: “Nazaret es un horno!” sino siempre optaba por frases como: “Creédme cuando os digo que la habitación más fresca del Infierno es como Nazaret de Galilea en esta época”.
El Escriba se dirigió por última vez al Señor y le dijo: “Me molesta que hables como si cada cosa que dices fuera palabra santa, el hijo de Dios debería ser más modesto con su sabiduría, más reservado a la hora de hacer milagros y más sencillo en su trato.” Jesús sonrió y en vez de tomar el desafío, se dio vuelta y prestó atención a unos niños que se acercaban. Ellos, en un alboroto jocoso empezaron a tirar de su túnica y a gritar en forma de canto: “Que camine sobre el agua! Que camine sobre el agua!”
Jesús se sonrió de nuevo, se sacó sus sandalias y empezó a caminar sobre el agua, primero se alejó apaciblemente dando la espalda a la orilla, luego se dio vuelta como si fuera un modelo de pasarela y se acercó con las manos en la cintura y moviendo exageradamente las caderas, los chicos empezaron a reírse como locos y Jesús al llegar a la orilla se acomodó su larga cabellera y les dedicó una mirada de alta costura a todo su público. Esta vez los apóstoles fueron quienes estallaron de risa. Jesús, animado, dio saltitos sobre el agua, hizo repiqueteos y hasta pateó un salmón que saltó fuera de la superficie y se tiró de rodillas simulando haber metido un gol. Los niños a esta altura ya estaban retorcidos en el piso de tanto reírse. Los apóstoles arengaban con aplausos y silbidos el humor del Señor. Finalmente Jesús simuló ser una estrella de rock, bailaba, cantaba, imitaba tener un micrófono en la mano y esta vez le pidió a Su Padre que participe y éste, entre dos nubes, hizo aparecer un rayo de luz, un verdadero spotlight que seguía a ese Jesús poseído por la risa y la música imaginaria.
El Escriba no pudo evitar una sonrisa. Era la primera vez que sonreía en su vida. Allí se dio cuenta de que aquel muchacho de barba era efectivamente el hijo de Dios.
Se sentó, disfrutó del espectáculo y ya no se preocupó más por el final.

1 comentario:

  1. GENIAL!!! JAJAJA..

    Cada vez que paso me gusta alimentar a los peces...Se que por mas que no les de yo un dia alguien va a venir y les va a dar de comer...y duermo tranquilo generalmente... son mi tamagochi digital.

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