martes, 30 de mayo de 2017

Te voy a decir la verdad.

No quiero, gracias. A veces la sinceridad es grotesca, ofensiva, dolorosa o desubicada. Guardo cierto desprecio por la gente que enarbola la bandera de la sinceridad y además la condimenta con una brutal frontalidad. No pido que me mientan descaradamente, pero sí que ajusten su versión de las cosas con empatía y que se muevan con cintura en temas delicados. Hay mucho de perverso en alguien que te escupe una observación cruel en nombre de la franqueza, como si eso debiera quitarle el halo de mala intención.
La verdad no es una sola por eso el fundamentalista de la sinceridad también tiene algo de arrogante y de equivocado. Lo que se postula a gritos como verdad, a veces, es una opinión, una sensación o sólo una versión de los hechos.

Jóvenes argentinos, no se dejen avasallar por las declamaciones de estos profetas de la espontaneidad porque sólo tratan de convencerse a ellos mismos. La próxima vez que alguien te hiera con ¨su¨ verdad recuerda que sólo los imbéciles alojan certezas absolutas y están buscando discípulos todo el tiempo.

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