lunes, 29 de mayo de 2017

Malditas artesanías

Aquellos objetos que consideramos “artesanías” poseen un valor extra que reconoce el trabajo dedicado de un artista y la magia de sus propias manos. Hoy, en plena era industrial y digital, esto tiene una tasación mucho mayor, pero no nos dejemos engañar por la vuelta a las manualidades, los materiales nobles y el culto a la manta de oveja nórdica, hay artesanías que son horribles. Las principales víctimas de esto son los turistas desprevenidos, que embelesados por el encanto soberbio de las sierras cordobesas, compran duendes tallados en madera con cabello de paja y rasgos endemoniados. Si ningún adulto responsable dormiría solo con esa criatura en la mesa de luz, entonces por qué, además de comprarlo, te lo regalan como una muestra indiscutida de que te recordaron en medio de los trajines del periplo. Uno, agradecido, lo entierra en el rincón más oscuro del hogar hasta que un día se eleva entre juguetes rotos y no tenemos dudas en desestimar el acto de amor que lo trajo ahí y tirarlo, pero de pronto aparece algo más. Sobre el tronco donde está sentado se lee la frase: “Duende de la fortuna”. Eso lo cambia todo. Ahora nuestro objeto horrible está embebido de un poder especial y nos asaltan todas las dudas esotéricas. ¿Si lo tiro caeré en desgracia? Bueno, mientras estuvo allí tampoco salí en la tapa de Forbes, entonces podría desprenderme sin problemas. ¿Y si lo que logré fue por su presencia y en su ausencia todo hubiera sido peor? ¿Y si en vez de tirarlo lo vuelvo a esconder? ¿Y si se ofende? Porque hasta ahora sólo podría haber sido víctima del olvido, ¿pero si el duende es consciente de que mi decisión de ocultarlo es alevosa, racional y lúcida? ¿No se tomará represalias? Miramos fijamente esos ojos gigantes de madera, ojos alienígenas, buscando una respuesta y nos preguntamos con qué necesidad el artesano habría de dejar caer sobre esta pieza semejante maldición. Lo miramos de nuevo, tomamos fuerza, lo ponemos en el fondo del tacho de basura (con delicadeza) y nos hacemos cargo de nuestra vida, recuperamos la fe en la ciencia y en la modernidad. Pero, en algún lugar, en lo más profundo de nuestra conciencia esos ojos macabros no dejarán de mirarnos a través de todas las bolsas de polietileno que nos crucemos durante el resto de nuestra existencia.

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