miércoles, 5 de agosto de 2009

Kato y yo.

Estamos en el jardín que hay en la Planta Baja. El aire está frío y carga un olor pesado, a masa horneándose. Una hormiga me desafía y me escala un dedo. La felicito por la proeza, pero mis palabras suenan como un huracán y la espantan. Kato me mira, pensó que le hablaba a él. Pero inmediatamente salta a cazar una mariposa. No la agarra. Casi nunca las agarra y eso me hace feliz por las mariposas. El viento hace bailar las hojas largas que salen de las macetas y Kato baila con ellas. Salta en dos patas con sus garras abiertas, tratando de atrapar a vaya a saber qué seres invisibles escondidos en el aire. Vuelve y se acuesta en mi campera. Esa que hice un bollo y dejé al lado mío. Hay mucho lugar, pero estamos pegados. En silencio.
Otro olor, esta vez a salsa, nos hace mirar sincronizadamente hacia la casa del vecino. El cierra los ojos para concentrarse. A mi me cruje la panza.
Subimos a comer. Vamos caminando juntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario